sábado, 28 de enero de 2017

Sigo estando aquí

Leo se despertó cuando la alarma del móvil sonó a las 7.30. No se lo podía creer, después de dos mágicos y maravillosos meses de vacaciones volvía al trabajo, a la rutina, a los lloros, los mocos… Era el primer día del período de adaptación de los niños de tres años que tenía y como ya era veterana en eso, sabía lo que le esperaba. Llegó al colegio mucho antes de tiempo para tenerlo todo preparado cuando los padres llegasen con los niños, por desgracia muchos trabajaban y algunos pequeños iban solos toda la jornada como el caso de Rosa, Daniela e Ismael. Las dos niñas lloraron al principio pero Leo consiguió distraerlos jugando y pintando, Ismael era otro cantar, por mucho que intentó jugar con él, cantar o pintar no hacía más que llorar mientras miraba por la ventana esperando que su abuela lo recogiese a las dos. Llegada la hora Leo salió a entregar a los pequeños a sus padres y abuelos y cuando le llegó el turno a Ismael le contó a la abuela que había sido tarea imposible ya que el niño no había dejado de llorar con la consecuencia de estar un poco ronco, seguramente mañana estaría enfermo. La abuela lo entendió pero temió que al llegar a casa el padre de Ismael montara en cólera. Efectivamente cuando Alex apareció por casa y vio que su hijo estaba ronco y se quejaba de dolor de garganta, le preguntó a su madre que le dijo lo que había sucedido en el colegio.

—¡Pues no lo entiendo! ¡Qué clase de profesorado hay en ese colegio! Se suponía que era el mejor de la zona, y ahora me dices que el niño está malo porque le han dejado llorar toda la santa mañana, ¡menudos sinvergüenzas! Mañana salgo antes del trabajo y me presento a hablar con quien haga falta.
La abuela conociendo el temperamento de su hijo intentó calmarle pero cuando se ponía así no se podía más que dejarle desahogarse y con un poco de suerte mañana estaría más calmado y desistiría de acudir al centro escolar pero por desgracia no fue así. Al día siguiente cuando dieron las cinco en punto se presentó en el colegio a pesar de que Ismael se había quedado en casa porque la garganta fue a peor y le dio fiebre por la noche, la abuela lo había llevado al médico que simplemente le recetó Dalsy y poco más. Los niños iban saliendo junto a dos profesoras, «qué raro» pensó Alex, su madre le había dado el nombre del profesor de su hijo, Leo. Quizá se había puesto malo o no estaba en ese momento por allí pero eso no le achantó y se quedó a hablar con una de las mujeres cuando terminó de entregar a los niños, que por cierto era una mujer preciosa, cabello castaño largo, no llegaría al metro setenta, ojos negros y una sonrisa resplandeciente. Alex sintió cómo aquella mujer le atraía y decidió que hablaría con esa, pobrecita porque la que le esperaba era fina… Se acercó cuando despidió al último padre e interrumpió la conversación con la otra mujer.

—Perdonen, quisiera hablar con Leo.
—Soy yo—respondió la joven en la que se había fijado Alex, ¿pero cómo podía serlo?
—No, yo busco a Leo, el profesor de la clase de 3 años A.
—No, usted está en un error. Leo soy yo, Leonor—dijo ella sonriéndole. ¿Pero por qué tenía aquella sonrisa tan dulce cuando iba a cantarle las cuarenta? Alex hizo caso omiso a lo que su cuerpo sentía e irguiéndose atacó.
—Bien, pues me gustaría que me explicase porque mi hijo de tres años no paró de llorar ayer y usted no hizo nada para calmarle. Está en casa enfermo de tanto forzar la garganta—le dijo Alex con los brazos cruzados en pose de chulito. Lo último que le faltaba a Leo, aguantar las tonterías de los padres el segundo día de clase aunque aquel hombre no estaba nada mal, alto, con el pelo bien repeinado, barbita de tres días y unos ojos verdes como las esmeraldas que brillaban más aún del enfado que llevaba, sinceramente una charla a solas no le parecía tan mal…
—Si me acompaña a la clase hablaremos tranquilamente—ella hizo un gesto con el brazo invitándole a entrar pero antes de poder seguirla una pequeña rubia de ojos claros se lanzó a los brazos de aquella mujer. Al parecer le había dado clase durante tres años y la niña se había empeñado en ir a ver a su profesora que abrazó a la pequeña y la llenó de besos a la vez que charlaba con la madre de la cría. Pues no parecía tan monstruo como él pensaba, no se lo estaba poniendo nada fácil, quería decirle de todo y ponerla a caer de un burro pero con esos gestos tan tiernos y cariñosos no le salía.

En el interior del aula ambos sentían que hacía mucho calor cuando en realidad el tiempo estaba como loco y había llovido los últimos dos días pero sentían ese fuego interior, a Leo se le estaban poniendo las mejillas sonrosadas de pensar en lo bien que olía el padre del niño y lo guapo que era,  Alex por otro lado estaba al borde del infarto pues al entrar se habían rozado sin querer, sentir el cosquilleo de su pelo en el hombro y la sonrisa con que lo miraba era demasiado. Tras media hora en la que la profesora trató de explicarle que a pesar de mecerlo, querer jugar con él e incluso cantarle nada funcionó, el padre se marchó algo más calmado pero con el corazón a mil por hora por estar tan cerca de la profesora de su hijo. A partir de ahora iría a recoger a su hijo más frecuentemente.

                                               ****

Pasaban las semanas y Alex hacía malabarismos en el trabajo para poder ir a recoger a Ismael pero con tal de no perderse la sonrisa de la dulce Leo hacía lo que hiciese falta. Su hijo se fue adaptando poco a poco lo que le hizo muy feliz sumado a ver a la profesora cada día que alegraba todavía más su día. Cada vez que lo recogía se quedaba a hablar con la maestra hasta que ella se dio cuenta de ello y dejaba a Ismael el último para quedarse hablando tranquilamente. Por fin un día Alex encontró las fuerzas necesarias para pedirle que cenara con él a pesar de que le daba un miedo terrible lo que pudiese suceder.

Leo, llevo tiempo pensando algo pero no sé qué pensarás tú…
Pues si no me lo dices no podré saberlo ¿no crees?
Claro, verás quería preguntarte si cenarías conmigo un día—le pregunto Alex tan nervioso como si fuera la primera vez que pedía una cita a una chica. Desde que la madre de Ismael lo abandonó no había vuelto a tener ninguna relación con ninguna mujer y aquella que tenía delante de él le impresionaba demasiado. Afortunadamente ella le sonrió con la dulzura en su rostro calmando un poco la ansiedad ante la respuesta.
—Por supuesto que sí.

Alex se sintió aliviado al ver que ella estaba dispuesta a esa cena, cogió a su hijo y tras despedirse de ella se marchó a pasar el fin de semana pensando en cómo organizar esa cena. Leo por su parte estaba encantada de ver que el padre de su alumno, que por cierto era guapísimo además de ser un padre excelente, quería salir con ella. Sentía que quería dar saltos de alegría en el momento que le pidió la cita pero se contuvo, en cuanto entró en su clase para coger su bolso chilló como una loca y no dejó de saltar durante varios minutos.

El fin de semana lo pasaron de diferentes formas ya que mientras Alex se dedicó a su hijo comprándole ropa nueva, jugando, leyendo cuentos y yendo al parque donde tenía que quitarse a las madres de los otros niños de encima, Leo salió con sus amigas de fiesta, comió en casa de otras y preparó material para sus clases. El lunes por la tarde como un reloj acudió Alex a recoger a su hijo, ese día estaba más guapo que  nunca con el traje gris y la corbata negra subido a la bicicleta con el asiento para Ismael a su espalda. A Leo casi se le sale el corazón del pecho al verlo acercarse a ella y a Ismael así vestido, sonriendo abiertamente. El pequeño se lanzó a los brazos de su padre mientras la profesora terminaba de despedir al resto de las madres.

¿Qué tal el día?–Preguntó él sin dejar de quitarle los ojos de encima, le encantaba mirar ese rostro tan angelical.
¿El suyo o el mío?–Respondió una Leo cansada a pesar de mantener la sonrisa. Alex le dedicó una mirada de comprensión y se acercó a ella.
Ambos. Leo le contestó diciéndole que seguía habiendo niños que lloraban y no se terminaban de adaptar y algunos días eran más duros que otros. Alex intentó animarla contándole cosas divertidas que hacía últimamente su hijo en casa consiguiendo que ella se olvidara un poco del cansancio hasta que sentó al pequeño en la sillita, antes de marcharse se giró y le habló. Esta semana es complicada de trabajo y no voy a poder venir a por Ismael así que vendrá mi madre, descansa, no te agobies que al final todos saldrán adelante y el sábado tú y yo tenemos una citatras guiñarle un ojo se marchó pedaleando dejando a Leo embobada viendo cómo se alejaba de ella.

La semana se les hizo eterna a los dos que estaban deseando que llegara el sábado para salir a cenar, Leo estaba tan nerviosa que el mismo día de la cita no tenía ni idea de qué ponerse mientras que Alex se echó al menos medio bote de perfume encima acompañando el pantalón negro y la camisa blanca de manga larga remangada. Leo al final se decidió por un vestido burdeos de manga corta con flecos que le llegaba por encima de la rodilla, el pelo en un moño y unos tacones bien altos ya que Alex era mucho más alto que ella.

Quedaron en el colegio pues aún no habían intercambiado números de teléfono, cuando ella lo vio a él se le contrajo el estómago a la vez que a Alex se le secó la garganta. Se saludaron tímidamente con un “hola” y fueron a cenar a un restaurante que encontraron abierto después de las dos largas horas que estuvieron paseando. Apenas fueron conscientes de la hora hasta que sus estómagos rugieron de hambre, se encontraban tan cómodos en compañía del otro que perdieron la noción del tiempo. Tras la cena Leo le propuso ir a un pub a tomar una copa y así poder bailar algo porque era algo que le encantaba. El lugar estaba atestado de gente pero a empujones consiguieron entrar, pidieron un par de martinis y bailaron como locos. Para sorpresa de ella a él también le gustaba bailar. Fue en la canción “La gozadera” de Marc Anthony y Gente de zona que ella descubrió el motivo.

No te molestes pero nunca había conocido a un hombre que le gustase bailar.
La madre de Ismael adoraba bailar, así es como nos conocimos de hecho. Si quería estar por donde estuviese ella tenía que aprender así que me apunté a clases de ritmos latinos y créeme la conquistéal hablar de la madre del niño Leo sintió una punzada de celos aunque por lo que le había dicho el propio Alex hacía tiempo que había desaparecido de sus vidas. Al poco cambiaron el ritmo de las canciones poniendo algunas más lentas, momento que aprovechó él para pegarse más a ella y bailar sintiendo el cuerpo de ella pegado al suyo, rozando su barba en la cara de ella al juntarse más y entre la oscuridad y la música que acompañaba al momento, se besaron. Desde ese instante no se separaron, bailaron, rieron, cantaron… Salieron del local abrazados acariciándose, besándose, diciéndose palabras de deseo acumulado desde casi el primer día que se conocieron para acabar en la casa de Leo donde se amaron en la intimidad de su cama entregándose el uno al otro derribando los muros que Alex había construido desde que la madre de Ismael lo dejó. De madrugada, él se despertó y se quedó mirándola observando lo mucho que le atraía y le gustaba, ¿podría volver a enamorarse? Gema, la madre de su hijo, le había hecho tanto daño al abandonar a ambos que no sabía si estaba recuperado de aquello. Podría entender que no lo quisiera a él pero ¿su hijo? Nunca podría perdonarla y desde entonces había decidido no volver a amar a ninguna mujer que pudiese dañarle a él o a su hijo que era sagrado para él. Alex sintió miedo, un miedo atroz que no había sentido antes, si amaba a Leo y volvía a sufrir no estaba seguro de poder recuperarse. 

Ella se removió inquieta y al verlo despierto le preguntó si pasaba algo, para acallar las voces que no dejaban de hablar en su mente agobiándole con tanta pregunta, se lanzó sobre ella y volvieron a hacer el amor hasta el amanecer.

Al día siguiente Leo se levantó extrañada al no ver a Alex en la cama, tampoco había rastro de él por casa, ni una nota. Lo llamó pues la noche anterior se habían dado los números y le contestó diciéndole que el niño se había despertado llamándole por lo que su madre no había tenido más remedio que telefonearle, decirle que estaba asustado de lo que estaba sintiendo le pareció demasiado absurdo. No volvieron a verse hasta el lunes cuando fue a recoger al niño, ella no sabía cómo actuar pero cuando entraron en la clase y la besó con verdadera pasión y ansiedad sus dudas se disiparon. Alex seguía confuso pero no podía negarse a lo que aquella dulce mujer le hacía sentir, había decidido dejarse llevar.

Poco a poco comenzaron a verse con más frecuencia, iban al cine, salían a cenar, al parque con el niño, a hacer la compra… Llevaban pocos meses y ya parecía que fueran una pareja consolidada de años haciendo tareas domésticas. A Alex le encantaba ver cómo su hijo adoraba a su profesora que se desvivía por el pequeño, incluso una noche que estuvo enfermo no se separó de su cama como si de veras fuera su madre. La abuela estaba igual de encantada al ver la relación de los tres, por fin feliz de ver cómo su hijo había recuperado la alegría que le caracterizaba antes de lo sucedido con Gema, y si a alguien se lo tenía que agradecer era a Leo, ella que prácticamente se había mudado a la casa de los dos y convivían como una auténtica familia. Sin embargo había momentos en los que Alex se cerraba en sí mismo y no compartía sus sentimientos ni se dejaba amar como se merecía, ella casi desde el principio le dijo que le amaba pero él simplemente le contestaba «yo también».  Nunca le había dicho el ansiado «te amo», no perdía la esperanza pero cada día le dolía más no escucharlo.

Un día terrible en el trabajo, de nuevo las dudas de si los dejaría el día menos pensado y ver a Leo abrazada a un compañero de trabajo fue lo que le hizo estallar. Al recogerlos en el colegio apenas habló, dejó al niño con su madre y tuvieron una pelea grande aunque sin sentido para ella.

¿Pero de qué estás hablando?
¡De qué hablo Leo! ¡Por Dios que te he visto en brazos de ese profesor!–Entonces supo a que se refería pero por mucho que quiso explicárselo, era inútil.
Alex, te lo he dicho ya cien veces. Me abrazaba a Manuel porque su padre está muy enfermo en el hospital y necesitaba algo de consuelo. No veas cosas donde no las hay.
¿Así que ahora se llama así? ¡Por favor que no soy estúpido!–Tras casi dos horas de discusión ella se dio cuenta que era la excusa perfecta para terminar con su relación, esa que ella había estado manteniendo a flote porque él estaba demasiado herido para remar en el barco junto a ella.
De acuerdo, cree lo que quieras, te ha venido perfecto. Yo ya no puedo más, estás tan afectado todavía por lo que te hizo Gema que no ves más allá y lo que es peor, no te dejas amar. No sé si el tiempo pueda curar esa herida ni si yo estaré siempre aquícon esas palabras salió de su casa con un torrente de lágrimas corriendo por sus mejillas. Alex no volvió a recoger a Ismael del colegio en lo que quedaba de curso.

Un verano por delante para disfrutar y en especial para intentar olvidarse de Alex, tarea ardua para Leo que jamás se había enamorado hasta que él llegó a la puerta de su clase con actitud chulesca buscando al profesor de su hijo. Las amigas de Leo le organizaron un viaje a Roma que tenía tantas ganas de conocer y allí volvió a sonreír tras meses de pena, en los que la sonrisa se borró de su cara. No ver a Ismael tan frecuentemente fue duro, el pequeño estaba acostumbrado a compartir tantas cosas con ella que de hecho alguna vez le había dicho mamá empañándose los ojos de la dulce Leo. Para el niño fue difícil también que no entendía porque su profe ya no estaba tanto tiempo con él, por mucho que la abuela intentara explicárselo o hablara con su hijo para que arreglara las cosas. Alex tampoco estaba mucho mejor, amargado, retraído, regañaba a Ismael por cualquier tontería. Una noche su madre habló con él muy seriamente.

Alejandrocuando su madre le llamaba por su nombre completo algo iba malse acabó. No puedo seguir viendo cómo sufres y cómo padece mi nieto porque su padre es incapaz de olvidar a una mala mujer negándose el mayor regalo que la vida te ha dado después de tu hijo. Sé que amas a Leonor y la has dejado marchar.
¿Y qué hago mamá? No puedo arriesgarme a que Ismael se encariñe con ella y termine por dejarnos, por dejarme a mí…Contestó Alex con la voz rota a punto de llorar. Su madre tenía razón, había dejado marchar a una mujer maravillosa porque sus miedos habían ganado la batalla, pero ya era demasiado tarde, tanto tiempo había pasado que quizá ella lo hubiese olvidado o estaría con otro hombre que sí la trataría como solo ella se merecía. Conversaron sobre Gema, Ismael, su relación con Leo hasta que su madre consiguió convencerlo para que la buscase y le dijese por fin lo mucho que la amaba y la necesitaba para vivir.

Mientras tanto a muchos kilómetros, en Roma, Leo disfrutaba de la ciudad que desde pequeña le había enamorado. Una tarde paseando por el Trastevere no podía creer lo que veían sus ojos, Alex estaba de pie mirándola como si nunca antes la hubiese visto. Ella se giró y vio cómo sus amigas se reían y la empujaban a acercarse a él que poco a poco comenzaba a andar hacia ella. Los corazones de los dos palpitaban con tanta fuerza que era lo único que escuchaban en aquel bullicioso lugar. Alex al borde de las lágrimas quería decirle tantas cosas que no sabía por dónde empezar mientras que ella sentía que su mundo volvía a ordenarse, a tener sentido. Leo sabía lo que estaba pasando en su interior, había aprendido a leer en sus silencios, rozó sus dedos con los de él animándola a que le hablase.

Leo…No sé si será demasiado tarde pero…
Sigo estando aquíle interrumpió ella que necesitaba que supiera que ella jamás había abandonado pero Alex quería por fin decirle todo lo que sentía así que posó un dedo en sus labios un instante y continuó hablando.
—Muchas son las cosas que debería decirte pero todas se resumen en que te amo. El miedo pudo conmigo, me dejé vencer por él haciendo sufrir a tanta gente, Ismael, mi madre, tú y yo, pero me he dado cuenta que no puedo ni quiero vivir sin ti Leo, no debí negarme nunca este sentimiento que creció con fuerza en mi interior, por fin comprendo y acepto que mi camino va en tu dirección, hacia ti, que eres lo más valioso que tengo junto a IsmaelLeo ya llevaba un rato emocionada simplemente con ver a Alex abriéndose de una vez a ella, expresándole lo que durante meses fue incapaz de hacer.
Ya estaba aquí esperándote antes de que me dijeras que volviese contigo, con Ismael al que siento como mi hijo a pesar de que mi sangre no corra por sus venas. Jamás dejé de amarte Alex, no podría hacerlo ni aunque nos separara un mundo.

Y ante la atenta mirada de las mejores amigas de Leo, cómplices con Alex del reencuentro, se besaron prometiéndose amor del que es inagotable e indestructible, en la ciudad eterna.





Imagen de love, aesthetic, and couple

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