Hace unas semanas acabé una nueva historia y me
planteé dejar pasar algún tiempo, no continuar escribiendo casi a diario, de
hecho pensaba en dedicarme a disfrutar el mes que me queda de verano. Relajarme
tras el año de trabajo, no pensar ni seguir creando personajes, historias,
tramas, dibujar mapas, garabatear y llenar cuadernos… Pero he aquí el mal del
escritor, que por mucho que tú te plantees algo, la mente divaga sin descanso y
antes de darte cuenta, te encuentras creando una nueva novela.
El descanso, que en un principio me planteaba de un
mes sabático (ilusa de mí), se limitó a unos pocos días. Llegué a pensar que estaba
loca, y que este tema de escribir (por suerte en vacaciones) a diario, me había
trastornado por completo. Fue un poema ver las caras a la familia con su famosa
frase: “este mes descansarás, ¿no?”. Yo mostré media sonrisa y dije eso de: “algo,
sí”. Pobres, lo que no sabían era que en este mes iba a documentarme para la
nueva historia, mientras escribía sobre otras que andan en el tintero
reclamando mi atención.
De este tema, del “mal del escritor”, he hablado
muchas veces con compañeras. Yo jamás imaginé que algo pudiera gustarte tanto
para no desear un descanso, es una fiebre que compartimos y sabemos
identificar. Cuando una compañera me dice: “acabé tal historia, ahora a
descansar”, no sé si reírme en su cara (esto queda feo por aquello de ser simpática
y amable), o darle una palmadita en el hombro y asentir con la cabeza mientras le
digo: “eso no te lo crees ni tú”. Quizá la comparación no sea del todo exacta
pero yo lo comparo a comer pipas, cuando empiezas, ya no hay quien pare. De
hecho somos tan fan absolutas de lo que hacemos, que empezamos historias y por
el camino nos van surgiendo tres millones de novelas más.
Puede resultar divertido, incluso anecdótico, pero
para el escritor a veces resulta frustrante, tener tantas historias perfiladas en
nuestra cabeza y no poder darles rienda suelta debido al trabajo, la vida
social, la familia… Entre compañeras hemos llegado a bromear diciendo aquello
de: “ojalá pudiera encerrarme en casa meses a escribir todo lo que tengo pendiente”.
En definitiva, este “mal” te hace ver que en ningún
momento el escritor es el que dirige las historias si no que ellas son las que
mandan, las que organizan, las que te guían, las que piden ser contadas en un
momento determinado... y poco puede hacer el autor por acallarlas. Sin embargo,
debo reconocer al mismo tiempo, que este es el mejor de los males que he
vivido, y ojalá dure mucho tiempo, porque nos llena, nos motiva, nos hace
movernos hacia delante y nos hace sentir cada emoción, tristeza, felicidad,
cada vida de cada personaje, y creerme eso, no se compara a nada.